La cultura se paga. Es el nuevo lema que han parido nuestros creadores para concienciar a la peña de que el ingente consumo de cultura con denominación de origen España no es sostenible si, a cambio, no ponemos de nuestra parte. Que quieren dinero, vamos.

La idea transmitida es una demostración más de la finura de nuestros creadores. Podrían haber expuesto la tesis, por ejemplo, poniendo el énfasis en el otro lado del intercambio. Porque, si la cultura se paga, eso significa que “la cultura se vende”. La cosa habría sido todavía más impactante, sin duda, si hubiera sido declarada con esa brutal sinceridad:

“Cultura española en venta. Peloteo al Monarca de origen, para entrar. A/A Ni Frío ni Calor. Jardín privado. Acabados estilo imperio. Baño con jacuzzi. Facilidades de pago. Precios impresionantes por tratarse de un viejo stock en liquidación”.

¡Señora, que me lo quitan de las manos! ¡CD’s de antología a 5 euros, y para la que se lleve 3, 10 euros! Todo ello, mientras tanto, con Conchita Velasco y su eterna sonrisa, que acompaña a la cultura y la Ilustración española desde el Caudillo a nuestros dias, encargada de prestar su cuerpo e imagen (pagando, eh, pagando) a las vallas publicitarias.

Se podría haber publicitado la cosa así, en efecto. Pero hay un matiz que diferencia esta orientación de la primera. La sutileza de nuestros creadores lo ha captado. Y es que, en este caso, que se haya de pagar y que esté en venta, si se trata de la cultura ésa, no son conceptos que vayan necesariamente de la mano. Paguemos o no, nuestros creadores, o la mayoría de ellos, están y estarán en venta.

En cualquier caso, nada bueno puede derivarse de todo esto. Con tanta sinceridad, siquiera sea incoada, la cultura española, mejor o peor, se ha embarcado en un alucinante viaje que sólo le puede llevar al desastre. Han empezado por reconocer de modo tierno, a fin de cuentas para conseguir pasta, que se venden. Y que lo suelen hacer, sobre todo, por dinero, al primero que pasa. O, más bien, al que más paga. Como el dudoso interés que genera la producción cultural española da para lo que da, el primero que pasa con ganas de soltar una buena tela acaba siendo una Administración Pública o, más genéricamente, el Poder. Nadie está dispuesto a pagar lo suficiente en el mercado privado, lo sentimos, como para que Loquillo, Ramoncín o Ana Belén puedan ser millonarios en recompensa a su recio genio. Sólo las Administraciones públicas hacen el tonto a tan gran escala.

Por eso todo esto de ponerse a decir la verdad sólo puede conducir a un resultado: al desastre. Y ahí radica la locura de lo que ha hecho esta gente. Si incluso ellos se confiesan, ¿qué no tendríamos que hacer los demás? Pues reconocer la verdad también, y extraer conclusiones. Y así, a lo tonto a lo tonto, a este paso, un día, habrá que empezar a cuestionar, dado que la cultura se ha de pagar y es un negocio, eso de que el sector público inyecte pasta a punta pala en un mercado privado, oiga. No teman, que todavía no hemos llegado ahí. De momento, parece que el Poder se siente cómodo con el intercambio. Entra ahí la sospecha de que no está comprando sólo, o esa sensación da, Cultura española, ergo Cultura con Mayúsculas. Compra, y ahí es donde sale el negocio a cuenta, la sumisión de una autogenerada casta de “intelectuales” cuyo compromiso social crítico es semejante a ese icono de la modernidad que es D. Jaime de Marichalar. Por eso las leyes se aprestan a tratar de blindar el negocio a los amiguetes, que no se venden nada baratos, los cabrones, al menos cuando logran que paguen los impuestos, ¡alegría!.

Mientras circulan manifiestos por la Red, LPD trata de plantear una propuesta alternativa, constructivos como somos. Y lo hacemos asumiendo las tesis de los artistas, para que no digan que no nos ponemos el mono de fanea y bajamos al barro, a colaborar con los creadores, caray. Por una vez que dicen la verdad, habrá que reconocérselo. Así que, para que quede claro y no se llame nadie a engaño, allá va: LPD está con los artistas, creemos que tienen toda la razón, que su labor merece un respeto y que el acceso a sus creaciones debe pagarse. Pero, como somos así, vamos a explicarlo un poquito más, y disculpen por dar detalles (ya nos conocen y saben que sí, somos un poco pesados, pero, al menos, leer esto es gratis, amigo piratilla, así que no se queje).

1. La cultura ha de pagarse. Quien crea, quien produce, ha de ser recompensado por su esfuerzo. Este modelo de retribución a los creadores, que me parece de lo más justo y adecuado a nuestros tiempos, entiende la creación como un bien o servicio más que se ofrece en un mercado libre. Resulta perfecto y lógico que así sea y se defienda, pero extraigamos sus consecuencias. Que el Muro de Berlín cayó hace 20 años para algo, oiga.

2. Dado el gran valor e interés de la creación artísitca española, el Estado ha de montar un entorno justo que permita capitalizar a los creadores su esfuerzo. Ha de garantizar que el ordenamiento jurídico obligue a pagar lo que el autor quiera, o lo que la empresa comercializadora de sus obras entienda justo. Y ha de establecer mecanismos que permitan castigar y perseguir a los que pretendan consumir por la patilla. A pasar por caja, oiga, que esto es una economía de mercado y así funcionan las cosas. ¿O acaso pretende Usted comerse un filete sin pagarlo? Oferta y demanda se cruzarán en este entorno de libre mercado, determinando el precio justo de las obras culturales. La Pantoja venderá como churros y podrá poner precios molones. Ramoncín se lo tendrá que currar compitiendo con los vendedores de cromos repetidos de la Liga del doblete del Atleti. Porque la cultura se paga. Pero a veces ni regalada.

3. El Estado no tiene que subvencionar ninguna creación artística. Porque lo que se llama cultura, recordemos, ha de pagarse. Y se vende. Es una mercancía. No tiene sentido, en tal caso, subvención alguna. Que el mercado provea. Eso de que nos paguen, por nuestro bien, conciertos y espectáculos varios es de agradecer, pero no es justo para con el arte ni para con el mercado. Si el Estado pone un euro, que sea para comprar productos y ponerlos a disposición de la peña. Que sólo ponga pasta, por ejemplo, para comprar las obras completas de Manolo Escobar y que la gente pueda cantarlas tranquilamente en los estadios mientras juega la selección. Pero de gratis, que ya está pagado.

4. Ni el Estado ni las Administraciones públicas han de organizar, financiar o facilitar espectáculo cultural alguno. Que se desarrollen sólo los que se puedan autofinanciar en el mercado. Como el fútbol, oiga, que vive gracias a que genera cultura capaz de autofinanciarse, sin subvenciones públicas a lo que es una actividad lúdica de mercado que, oiga, a todos nos parecería fatal que tuviéramos que financiar entre todos los ciudadanos. Pues con la música o el teatro o el cine o la poesía, igual. Que se la paguen los que tengan interés. ¿Por qué lo que exigimos a Raúl y al Real Madrid no vale para Sabina, La Oreja de Van Gogh o las carísimas puestas en escena que la Fura dels Baus ha montado para la Tetralogía y nos han costado a todos un ojo de la cara?

5. El Estado no ha de imponer ni avalar el cobro de canon alguno destinado a esta industria. Recordemos que la cultura se ha de pagar, se compra y se vende. Que así sea. Pero en el mercado. Que se lo curren, que vendan mucho, que oferten, que suban precios. Pero el poder punitivo y recaudatorio del Estado, en casita, dedicado a cosas que sean asuntos de Estado, no asuntos de mercado. Yo qué sé. Recaudar impuestos para hacer carreteras. Apresar piratas. Comprarle un nuevo coche al Príncipe. Rolletes indudable e indubitadamente relativos al interés general, no a financiar el negocio o asueto privado de alguien, que está feo aprovecharse así, privadamente, del dinero de todos.

6. Que los artistas y creadores, en ese entorno, impongan todas las condiciones que quieran. Y los precios que deseen. Y que actúe el mercado. Que ejerzan su libertad para decidir si comercializan o no, si permiten la copia o no, si permiten la reproducción pública o no… según quién, cómo, cuándo y dónde. O según a qué precios. Que lo hagan, esto es un mercado. Por ejemplo, que pretendan que la venta de un CD no permite prestarlo a un amigo, o hacerte una copia para el coche, excepto si compras una versión premium. A ver si hay huevos a tratar de montar ese modelo de negocio sin la respiración asistida del Estado. Hasta los puticlubs de más nivel se han tenido que adaptar a la dura realidad impuesta por la competencia. Es lo que pasa cuando las cosas se pagan, se compran, se venden… Que puedes tratar de imponer tus condiciones, pero el éxito y la rentabilización del negocio no depende sólo de ti. Aunque, por supuesto, es perfectamente legítimo tratar de vender berenjenas con un contrato privado que impida hacerlas salteadas y que obligue a hacerlas al horno, así como pretender controlar y perseguir a los que no cumplan el contrato.

7. Pero eso sí, por favor, que, a la hora de perseguir a los que se salten los acuerdos privados alcanzados por el posible uso no legítimo de sus obras, vayan a los tribunales civiles. Como todo el mundo. Como Usted y como yo. Que exijan, en su caso, el cumplimiento del contrato. Que exijan daños y perjuicios, demostrando que efectivamente el mal uso, al poner la berenjena al horno, les ha producido ese perjuicio y lucro cesante. Ahora bien, como Usted y como yo tendríamos que hacerlo, que esto es un mercado y un negocio privado. Que lo hagan como el tendero de la esquina al que le han robado un manojo de ajos tiernos o, peor, se los han comprado con la condición de hacer una tortilla y luego los han usado para plantar más. Esto es, sin ayuda del Estado a la hora de investigar, sin intervención de la Administración para posibilitar demandas o presunciones de culpabilidad y, por supuesto, sin que a nadie se le ocurra pretender que hay que movilizar recursos públicos para investigar a nadie sin que previamente haya claros indicios de que ha hecho algo chungo.

8. Y por la vía penal, por supuesto, sólo podrán ir cuando se cometan delitos así tipificados. Incluso, en plan generoso, estaríamos dispuestos a asumir que cualquier acto de pirateo fuera considerado delito. Que lo pongan en el Código penal, previo debate en el parlamento, y lo asumimos todos de buen rollo. Pero, en ese caso, como es lógico, sólo un juez podría investigar a quien haya robado o pirateado, ya sea el manojo de ajos tiernos, ya sea algún producto de la industria cultural. Y sólo en esos casos, exisitiendo fuertes indicios previos de culpabilidad, sería admisible que un juez, repito, un juez, investigara y para ello se permitiera invadir la intimidad de cualquier persona y poner en cuestión, justificadamente, sus derechos constitucionales. No la presunción de inocencia, por cierto. Que esto de la cultura, ya se sabe, es como un kilo de tomates. Hay que pagarlo, hay que retribuir el esfuerzo. Si no, nadie produciría tomates. Pero su defensa jurídica, cuando intervenga el Estado, que lo sea como cuando el Estado defiende a los productores de tomates porque entiende que las agresiones a los mismos son de la suficiente gravedad que justifica reacciones duras. Y eso se reserva, por lo duro que puede ser el castigo, a jueces independendientes. Como para los que soban tomates. ¿No se trataba de lo mismo?

9. Medallitas al mérito cultural y demás, fuera. Esto es un negocio, oiga. Recepciones en Palacio y demás, fuera. Esto es un negocio, oiga. Se compra y se vende. Como el cultivo de hortalizas. Reconocimiento a los empresarios y creadores más exitosos, como el tío de Zara, como Botín y como esos grandes patriarcas, que crean empleo y demás. A los ricos, incluso a los que se forran haciendo productos la pelota, sí, les seguiremos haciendo la pelota. Pero no a cualquier mindundi. Y adiós a los premios nacionales de esto y aquello. ¿Dónde se ha visto un premio al mejor tomate de ensalada del año dotado con miles de euros, medalla, recepción real y amplia difusión del logro en medios de comunicación?

10. Por último, que se me olvidaba, como esto es un negocio, la cultura se ha de pagar y todo eso, una medida más: Nunca, bajo ningún concepto, los medios de comunicación públicos deberían poder usar productos culturales si el pago que hayan de hacer por ellos no es sensiblemente inferior a los beneficios publicitarios obtenidos derivados de su emisión. Por defecto, por supuesto, se habrían de emitir sólo los que mejor retorno generen en términos económicos. Esto es, los americanos. Y como los medios públicos no tendrán publicidad a partir de 2010, en esa fecha habrían de dejar de emitirse productos culturales de pago. Porque TVE y RNE, a partir de esa fecha, hacen servicio público, no mercado. Los creadores, por ello, excepto si regalan a TVE sus contenidos, han de quedar fuera de la labor de difusión de la cultura, porque no es un bien público ajeno al mercado que merezca ser difundido sino negocio. Y, por supuesto, supongo que a todos nos parecería fatal que se emplearan medios públicos en la difusión y propaganda de unos contenidos y productos que compiten en el mercado con otros. Sería una terrible interferencia pública que, intuyo, estamos todos de acuerdo en que es una inaceptable contaminación de lo público en un ámbito que, como ha quedado claro, ha de ser regido por criterios privados y de mercado. Y un caso de competencia desleal y ayudas públicas de libro. Así que se acabó eso de que con dinero público metamos el vídeo de un grupo musical absurdo en la tele, les demos publicidad gratis (qué coño gartis, pagando, porque por eso cobran derechos de autor diligentemente gestionados por la SGAE y compañía) y encima luego se nos quejen porque, supuestamente, les robamos y nos aprovechamos de su talento. Tranquilos, chavales, ya no os esquilmaremos más poniendo vuestro vídeoclip en la tele.

La verdad es que, sinceramente, todos seríamos mucho más felices si los adalides de la defensa de la industria cultural tuvieran éxito, lograran que se asumiera que todo esto, sencillamente, se compra y se vende, que su producción es un bien de mercado como otro cualquiera y que el Estado ha de quitar sus sucias zarpas y su asqueroso dinero del sector. Así como las ventajas que les otorga por medio de leyes, tipo canon y demás. A cambio, oiga, estoy dispuesto (y seguro que Ustedes también) a pagar a cualquier autor español lo que me pida por su arte. O a no consumir su obra si no llego a un acuerdo que a ambos nos satisfaga. Y a asumir con gallardía y dignidad españolas las consecuencias civiles y penales de mis excesos en el consumo de producto cultural español no adquirido honradamente. Es más, de modo casi suicida, incluso me permitiría retar a cuaquier bajista de banda pop española a que vinieran a buscar cuánto les he robado. Porque luego saco la calculadora y echamos cuentas.

Con un poco de suerte, además, a lo mejor se cumplen los apocalípticos vaticinios de algunos avezados empresarios del sector y la música desaparece. En concreto, la música española. Como producto carente de interés público alguno, y mero objeto de lucro privado basado en el consumo lúdico de dudoso gusto, no parece que eso fuera a suponer un gran drama para la civilización occidental. Si algo así pasara, simplemente nos habríamos quedado sin el opio del pueblo típico del siglo XX y producido en serie que ha sustituido en su función amalgamadora, idiotizadora, uniformizadora y educadora en el pensamiento no crítico a lo que fue la religión en el siglo XIX. No va a pasar, ya que incluso la religión conserva todavía un nicho de mercado, marginal pero potente. Pero no sería ningún drama si ocurriera, la verdad. Es más, todo lo contrario. Al igual que el paulatino arrinconamiento de las bajas pasiones espirituales, la puesta en su sitio, como divertimento inane en el mejor de los casos y nada más, de esa cosa llamada música española significaría un avance civilizatorio notable.

Y, mientras, tanto, que los vicios y perversiones se los pague cada cual. O sea, que totalmente de acuerdo con los creadores que piden para sus obras el rango de lo que verdadaramente son: mercancía (más o menos averiada).


Vía lapaginadefinitiva.com